Tres mil años atrás los fenicios eran los reyes del Mediterráneo y fundaron numerosas colonias. Entre ellas, este enclave lleno de secretos arqueológicos que hoy les mostramos en Los Reporteros.
Tres mil años atrás los fenicios eran los reyes del Mediterráneo y fundaron numerosas colonias. Entre ellas, la primera ciudad de Málaga en el llamado Cerro del Villar. Un enclave lleno de secretos arqueológicos que hoy les mostramos en Los Reporteros.
Guadalmar es un barrio costero de la capital malagueña, muy cercano al aeropuerto. A través de sus calles accedemos al Paraje Natural de la Desembocadura del Río Guadalhorce. Es el recorrido que los arqueólogos realizan al amanecer. Lugar de descanso para las aves migratorias, este espacio protegido de marismas y lagunas ha guardado también, durante miles de años, otro tesoro: el Cerro del Villar. Uno de los enclaves fenicios más importantes y mejor conservados del Mediterráneo occidental.
Los fenicios procedían del actual Líbano. Fueron los primeros grandes navegantes del Mediterráneo. Así llegaron hasta las costas andaluzas, como nos explica Elisa Ogalla, divulgadora del Proyecto de Investigación Cerro del Villar. Los fenicios no conquistaban tierras, abrían caminos. Cuando fundaban pequeños puertos, convivían y compartían con las poblaciones locales productos, costumbres y creencias. Trajeron trajeron el cultivo de la vid, el cultivo del olivo, la gallina o la cerámica a torno.
Acompañamos a los alumnos del IES Santa Rosa de Lima a la visita al yacimiento, en una clase de historia y un acercamiento al trabajo de los arqueólogos, de la mano de José Suárez, director de la excavación del Cerro del Villar. Cada objeto que los investigadores extraen de la tierra es una voz del pasado, una pista para entender cómo vivían los antiguos habitantes de estos lares.
El río Guadalhorce fue para los fenicios una vía natural de comercio con las tierras del interior. Su desembocadura era un amplio estuario, salpicado de islotes. En uno de ellos, conocido como La Rebanadilla, fundaron en el siglo IX antes de Cristo un santuario, descubierto durante las obras de la segunda pista del aeropuerto de Málaga. Un siglo después, en otro islote de mayor tamaño crearon el primer asentamiento. Esta es la urbe que ahora excavan los arqueólogos: el yacimiento del Cerro del Villar. Aunque hoy el paisaje es muy diferente. Ya no es una isla, porque el delta del río se fue colmatando y quedó unida al litoral malagueño.
¿Por qué ninguna otra civilización posterior se asentó aquí? ¿Por qué se abandona el asentamiento? Son cuestiones que se planteó el equipo científico que trabaja sobre el terreno, liderados por José Suárez, profesor del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Málaga. En el siglo VI antes de nuestra era se trasladaron unos kilómetros hasta el margen izquierdo del río Guadalmedina. Allí fundaron Malaka, origen de la actual ciudad de Málaga.
Ninguno de estos jóvenes arqueólogos había nacido cuando el arqueólogo Juan Manuel Muñoz Gambero descubrió, por casualidad, los restos de esta ciudad fenicia. Tenía 25 años y era un aspirante a maestro industrial con una pasión: la historia antigua y la arqueología: "Estuve tres meses en Egipto y a la vuelta, al año y medio, a los dos años. Me vienen unos amigos y me dicen, oye, mira, he encontrado estos tiestos en el río Guadalhorce. Cuando yo veo las piezas, eran unas piezas fenicias. Entonces digo, llévame allí, llévame allí ahora mismo. Y esto era un cañaveral gigantesco. Pero dentro del cañaveral había miles y miles y miles de piezas en superficie. Esto fue el 20 de diciembre de 1965. O sea, hace prácticamente, pues, casi 60 años".
Muñoz Gambero participó en las primeras excavaciones que en los años 60 dirigieron profesores de la Universidad de Granada y conserva las réplicas de algunas piezas que recuperaron. Hoy los originales se exponen en el Museo de Málaga. Las vitrinas del museo reúnen una de las colecciones fenicias más importantes del sur peninsular. Eduardo García es responsable del Departamento de Difusión del Museo de Málaga y, como arqueólogo, formó parte del equipo que retomó las excavaciones del Cerro del Villar en los años 80 y 90. Esas campañas consiguieron reconstruir la trama urbana del poblado, sus talleres y alguna de sus viviendas.
Al frente de estos trabajos estuvo la catedrática catalana María Eugenia Aubet, recientemente fallecida. Fue una de las mayores expertas mundiales en la cultura fenicia y maestra de varias generaciones de arqueólogos malagueños. Aubet situó el Cerro del Villar en el mapa de los yacimientos de referencia internacional. En 1998 el Cerro del Villar fue protegido con la declaración de Bien de Interés Cultural y se comenzó a vislumbrar la posibilidad de convertirlo en un parque arqueológico abierto a la visita pública. Un proyecto aún pendiente.
Las últimas campañas de excavación comenzaron en 2022, después de casi dos décadas de olvido, y cuentan con la colaboración de universidades andaluza e internacionales. El trabajo en el yacimiento es minucioso. Cuando una pieza asoma entre los sedimentos, comienza el proceso de documentación. Antes de extraerla, se fotografía in situ y se topografía. El lugar exacto donde aparece es tan importante como la pieza misma. En el laboratorio de arqueología de la Universidad de Málaga se procesa cada día todo el material. También reconstruyen las piezas que llegan fragmentadas.
Una vez restauradas empieza la fase de estudio. Dibujan con detalle sus perfiles, toman nuevas fotografías y con la ayuda de un software informático posteriormente podrán reconstruir digitalmente los objetos. El laboratorio es la fase donde las piezas extraídas de la tierra se convierten en relato histórico.
Cada campaña termina como empezó: con las manos cubriendo lo que las manos descubrieron. Es la forma de proteger, de preservar este antiguo tesoro. Los arqueólogos volverán el próximo año porque cada piedra, cada fragmento, guarda todavía historias sin contar. Algún día quizás los restos de este puerto fenicio se conviertan en un parque arqueológico donde Málaga pueda contemplar sus orígenes. Hasta entonces, el pasado sigue ahí cubierto, silente. Esperando.